Encontré
un tronco caído y decidí sentarme en él. No sin antes asegurarme que podía
hacerlo. Fue entonces cuando note el
cansancio, cerré por un momento los ojos y me deje llevar por los sonidos del
entorno que me rodeaba, al principio no me centraba en ningún sonido en
concreto todo era un conjunto de ruidos que poco a poco se fueron transformando
en dulce música para mis oídos. El trinar de los pájaros, el susurrante ruido
de las hojas de los árboles mecidas por la suave brisa. Brisa que acariciaba mi
cara. Era raro, pero tenía la sensación que todo los sonidos que llegaban a mi seguían
un patrón, una melodía, que nada era al azar. Incluso la cantinela constante
del rio, que fluía a pocos metros del camino.
La verdad que la sensación que tenía era de paz. Esa paz que deseaba y
nunca encontraba; estaba feliz por sentirme así, por primera vez me sentía
relajado, tranquilo, lleno de esperanza, y muy feliz. Me olvidé por completo
del móvil, del reloj, de toda la tecnología, solo quería beber de esa paz, quería
emborracharme de ella y lo estaba consiguiendo.
Abrí
por un instante los ojos, no era cuestión de quedarme horas perdido en mis
pensamientos, y fue cuando me percaté que no estaba solo en el árbol sentado.